Visto con la distancia, tras dos lustros de múltiples reposiciones, teniendo en cuenta la proliferación de sus decenas de clubs de fans por todo el mundo, y con la mayoría de sus personajes convertidos ya en parte de la memoria colectiva de los televidentes más exigentes, el éxito de Doctor en Alaska parece algo que se da por asumido; en otras palabras: era inevitable.
Sin embargo, nada más lejos de la realidad. De hecho, Doctor en Alaska inició su andadura como una serie prácticamente de relleno, pues debutó en el verano de 1990 (el verano siempre ha sido la época para las reposiciones y, en general, programas de segunda fila) con únicamente ocho episodios apresuradamente rodados con un presupuesto ciertamente limitado. Sin embargo, esa primera y reducida temporada emitida entre julio y agosto funcionó tan bien que la CBS se animó y encargó la realización de otros 7 episodios con la condición de que estuvieran listos para mayo de 1991. Aquella temporada, Doctor en Alaska consiguió colocarse en el puesto 16 entre las series más vistas del año, y una de las semanas en concreto consiguió encaramarse hasta el tercer puesto. La cadena comprobó que tenía un éxito inesperado entre las manos y encargó otras dos temporadas, ya de más de veinte episodios cada una.
No sólo eso, sino que animados por el éxito de propuestas en principio tan inusuales como ésta o como Twin Peaks, los ejecutivos de las diferentes televisiones norteamericanas se decidieron por fin a apostar a lo grande por productos anteriormente tenidos por minoritarios, cambiando así para siempre el rostro de la televisión estadounidense.
No era para menos. Las peripecias del doctor Fleischmann, un judío de Nueva York, urbanita hasta la médula, obligado a pasar cinco años de su vida en Cicely, un pueblo de 834 habitantes a cada cual más extravagante, perdido en mitad de Alaska y prácticamente incomunicado, despertaron una reacción de entusiasmo casi unánime entre los críticos norteamericanos. Para 1992, Doctor en Alaska había ganado un Emmy, dos Globos de Oro, e incluso fue nombrado Programa del año de la Asociación de Críticos Televisivos.
Lo más sorprendente de todo fue que, merced al talento de unos guionistas en semiperpetuo estado de gracia, y a unos actores completamente metidos en la piel de sus personajes, Doctor en Alaska fue capaz de mantener un nivel altísimo prácticamente hasta su último episodio, el que hacía número 23 de la sexta temporada, emitido el 26 de julio de 1995. ¿La razón de su cancelación?: que la serie no fue capaz de superar la ausencia de su protagonista, Rob Morrow, a pesar de los evidentes esfuerzos de su sustituto, Paul Provenza, por asimilar su frescura y su química con el resto del reparto.
Para el recuerdo quedan, en todo caso, más de cien episodios prácticamente perfectos que rebosan chispa e ingenio por los cuatro costados, y, en definitiva, una de las series más inteligentes y admirables jamás producidas.