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Sobre lo vocacional de la profesión médica

Foto: Oscar Keys

La medicina no tiene nada que ver con lo que uno cree que va a ser antes de comenzar la carrera. Pero nada. Si hay algo que descubres día a día en el desarrollo de esta profesión es que no hay dos días iguales. He pasado unas horas muy entretenidas leyendo los comentarios de los bachilleres que quieren adentrarse en este mundo y creo que os debo unas reflexiones. Van a ser personales, como no puede ser de otro modo. Pero confío que cada párrafo os sorprenda más que el anterior.

Yo no hice bachillerato. Al menos directamente. Empecé como electricista, haciendo Formación Profesional de Electrónica y ganándome la vida soldando cables. Luego sí, lo que se llamaba BUP y COU, aunque con poca gana de hacer nada. Cuando hice la selectividad no me fue mal. Hice la preinscripción en los comedores universitarios de la Complutense pero ese día –me creáis o no- salía de casa sin saber en qué iba a preinscribirme. Mi madre me recibió en casa ansiosa de saber en qué me había preinscrito. La sorpresa fue mayúscula: “¡Medicina! ¡Pero si te da miedo la sangre!” me dijo. En mi familia no hay médicos a la redonda que sepamos, así que de tradición nada. Mi madre no salía de su asombro y le dije para justificarme: “Mamá, es que para medicina… ¡era la cola más corta que había!”.

Aquí arrancó mi vocación. Me dieron plaza en la Facultad de Medicina de la Autónoma de Madrid. Pero yo, con desavenencias en casa, preferí irme a Pamplona. La Universidad de Navarra era por entonces la única privada que impartía Medicina. Mi padre me dio 75.000 pesetas (lo que tenía) y me dijo: “El resto te lo buscas”. Sólo la matrícula costaba ese año 199.000 pesetas. Era en 1986. Al acabar sexto, la matricula fueron 425.000 pesetas. Tengo guardados los recibos, por si el Alzheimer. Los tres últimos años había sido becario del Departamento de Histología y Anatomía Patológica: daba clases y colaboraba en las autopsias. Con estas y otras actividades me ayudaba a costear mi estancia.

Las Matrículas de Honor, fueron en los primeros años de la carrera. Luego me dediqué a simultanear los estudios con otras actividades para ganarme la vida. De hecho en los últimos años de la carrera aproveché para hacer el servicio militar. Llegué a ser oficial médico, Alférez, y me lo pasé muy bien en Zaragoza, Madrid, Melilla,… incluso pasé dos meses en la Islas Chafarinas que seguro que muchos no sabéis ni dónde están. Aproveché para estudiar mucho sobre medicina militar e incluso valoré engancharme a las Fuerzas Armadas, pero por entonces ya empezaba España a “desmilitarizarse” y había bastante pesimismo entre los oficiales del Ejército.

Continué por tanto en la Universidad de Navarra como becario predoctoral. Estuve enfrascado en tubos de ensayo y reacciones en cadena de la polimerasa. Pasé muchas horas con el microscopio y con tejidos celulares. Daba algunas clases de prácticas y salía de marcha con los estudiantes de la licenciatura. Pero quería estudiar Filosofía y en la Universidad no les parecía que fuese compatible con la tarea que estaba haciendo. Tan sólo pude hacer el llamado CAP (Certificado de Aptitud Pedagógica) y me apresuré a finalizar mi Tesis Doctoral que finalmente defendí… hace ya más de 20 años. Versaba sobre apoptosis, muerte celular programada, en las hepatitis crónicas. Soy Doctor en el Programa de Biología Celular desde 1995. Apasionante.

Como no quedaba más remedio que vivir y la investigación básica no parecía tener muchos recursos, finalmente opté por presentarme al MIR. No quería academias ni sentirme opositor. Me cogí unos manuales antiguos y exámenes de otros años (vamos como cuando te sacas el carnet de conducir). Y no me fue mal, saqué el 136 en la convocatoria de 1996. Yo, que no quería demasiado trato con pacientes, me enganché al Aparato Digestivo como especialidad, animado por eso de que “algún día” volvería a ver el hígado al microscopio.

Desde abril de 1996 a 2000 no paré de hacer guardias en el Hospital de la Princesa: de todas las que me había librado en el ejército me cayeron como Residente. Aprendí mucho, muchísimo, aunque de una manera un poco espartana. Pasaba muchas horas en el hospital (de media 80-100 por semana) pero todavía quedaba tiempo para otras actividades. De hecho aproveché para hacer dos cosas durante la residencia: estudiar Filosofía y cantar en un coro como tenor.

Tanto una actividad como la otra me permitieron conocer a la que sería mi mujer, pues era soprano en el coro. Al mismo tiempo, me mantenía vinculado a la Universidad, como estudiante de filosofía y como profesor de cursos de Doctorado y de prácticas a los alumnos de medicina de la Autónoma. Pero a mí lo que me gustaba era cantar.

Al acabar la Residencia, al paro, como era lógico. Aunque duró poco, apenas un mes, pues acepté la primera oferta de trabajo que me hicieron el 15 de mayo de 2000 a las 8:23horas. Era una llamada del Director Médico del Hospital Verge del Toro de Menorca. El 22 de mayo comencé a trabajar como Facultativo Especialista de Área de Aparato Digestivo de Menorca, el mejor gastroenterólogo de la Seguridad Social de la isla. Sin duda yo era el mejor, porque no había otro: estaba solo.

Fui para un contrato de tres meses, aunque se prolongó siete años. Fueron siete años magníficos con miles de endoscopias, guardias, cientos de ecografías y de biopsias hepáticas, clases en la Escuela de Adultos, mucho sol, mucha playa… Acabé Filosofía en 2002 y aún me dio para hacer un curso de Experto en Energía Fotovoltaica. Salí de la isla con una base de datos de más de 10.000 pacientes y con cinco menorquines, mis cinco primeros hijos.

Caí en la Península en Talavera de la Reina. Desde allí hice incursiones varias: a Ávila, a Coria, a Madrid,… Talavera y su magnífico Hospital fue lugar de tránsito. Antes de dos años me había trasladado a vivir a Madrid y había dejado la Seguridad Social por la deriva que iba tomando la sanidad pública. Me adentré en un mundo laboral nuevo que era la medicina privada. Conocí los tópicos de sanidad pública/sanidad privada que fui vertiendo en el blog que escribo. Muy similares a los de universidad pública/universidad privada. Yo he estado a fondo en los dos sitios y de eso he dado fe en las distintas entradas del blog.

Desde hace cinco años opté por comenzar con una nueva actividad como empresario, jefe de mi propia empresa, de mi Clínica: te haces autónomo y entonces descubres los avatares del patrón. Como empleado, se ven las cosas de una manera. Como empleador, de otra. Son perspectivas complementarias de un mismo fenómeno, el laboral, contemplado desde dos prismas distintos. Te hace muy conciliador.

Llegué a trabajar en siete hospitales diferentes a la vez. En los últimos siete años he hecho más de 18.000 endoscopias digestivas y he trabajado en veinte centros sanitarios diferentes. Sabes lo mejor y lo peor de cada centro en que trabajas. Conoces mucha gente y muchas formas de trabajar diferentes, mejores o peores. Además he colaborado y colaboro dando clases en alguna facultad de medicina que no nombro. Aprendes a ser ecuánime, a desarrollar lo que ahora está de moda llamar resiliencia (que yo asocio al periodo de Residencia), a comprender que los objetivos se pueden conseguir por medios o caminos muy variados.

Como empresario, no me quedó más remedio que pertrecharme de esos conocimientos que llaman de gestión, algo que los médicos en general rehuimos. Hice un Máster en Dirección Médica y Gestión Hospitalaria (¿quién no tiene un Máster para adornar su curriculum?) y un Curso de Experto Universitario en Derecho Sanitario y Ciencia Forenses. Cuando mandé mi curriculum para una oferta de trabajo interesante en Australia me lo devolvieron y ponía “Overqualified”. Ya está bien.

Hace unos años comencé a desarrollar actividad divulgativa audiovisual. Me animaron a ello los lectores del blog y he grabado unos cuantos vídeos y comunicaciones. Colaboro con portales médicos como Doctoralia, con la prensa escribiendo artículos, con la radio en entrevistas o como invitado a algunos programas de televisión. De hecho recientemente he tenido que poner mi actividad asistencial entre paréntesis durante tres meses por una colaboración excesivamente exigente con RTVE para presentar un programa de salud llamado “Esto es Vida” que felizmente para mí ha terminado y me ha permitido volver a ver a los pacientes al ritmo que añoraba. Pues son los pacientes y no los libros los que nos enseñan medicina. Sólo en Doctoralia he podido responder casi 6000 preguntas con más de 5 millones de visitas.

Hasta aquí el final de mi curriculum resumido. No cuento las publicaciones científicas, mi paso por la industria farmacéutica en elaboración de ensayos clínicos o manuales de formación, los premios concedidos o los libros escritos porque eso lo cuentan casi todos los curricula. Al mostrar cuál ha sido (“está siendo”) el periplo de mi vida como médico desde sus orígenes pretendo ilustraros, queridos futuros compañeros, que el camino de vuestra vida no está escrito sino por hacer. Se puede llegar a ser lo que uno quiera ser. Nadie, absolutamente nadie, me ha preguntado nunca para trabajar en qué universidad estudié, qué número de MIR obtuve o cuantas matrículas de honor saqué. Nadie se interesó en saber si estudié con recursos o sin ellos. A nadie le ha importado si dominaba las asignaturas que aprobé o las saqué a base de chuletas. Y sin embargo, se asombran y maravillan por que esté estudiando chino y tenga mi web con información en ese idioma. China no es sólo un mercado emergente,  es otra cultura, otra civilización.

Estas son las cosas que hablo con los estudiantes de medicina con los que comparto tertulias y charlas. Lo que la vida me ha enseñado en los últimos 30 años. Los “agonías” lo serán toda su vida, no se corrigen de la noche a la mañana. Y con el correr de los años, lo que más agrado genera es el tiempo que pasamos con la familia, con los colegas, con los amigos, charlando y disfrutando. Medrar de otra manera es hundirse en la tristeza del propio egoísmo. Si quieres ser médico, serás médico, pero asegúrate bien que quieres serlo, que te gusta lo que estás haciendo. Nuestra profesión nos permite tocar muy de cerca lo más espiritual del ser humano. Y eso no viene en los libros. Aprenderse lo que dicen los manuales sacaMIR para contestar bien un ítem, vale, mola. Pero si pasas por la vida sin llegar al ser humano en su parte más íntima, no habrás desarrollado tu vocación médica. En absoluto. Y pasarás frustrado el resto de tu vida, porque la frustración es la permanente insatisfacción de una necesidad. Fíjate en este resumen: no te imaginas adónde te llevará este camino que quieres emprender. Ánimo y que no te importe el cómo ni el dónde: lo lograrás.

¿Tienes tú también alguna experiencia que contar? Entra en el apartado de Colaboradores y envíanos tu escrito. ¿A qué esperas? Hay toda una comunidad esperando identificarse con tus experiencias. 

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